Érase una vez tres cabritos, que iban a subir a la ladera para engordar, y los tres se llamaban “Gruff”. En el camino había un puente sobre un arroyo que caía en cascada, que tenían que cruzar; y debajo del puente vivía un gran y feo troll, con ojos tan grandes como platos y una nariz tan larga como un hierro de chimenea. Primero llegó el cabrito más joven Gruff para cruzar el puente. «¡Trip, trap, trip, trap!» hizo el puente. «¿Quién pisa mi puente?» rugió el troll. «Oh, solo soy yo, el más peq