Había una vez una mujer que era muy, muy alegre, aunque tenía poco para serlo; pues era vieja, pobre y estaba sola. Vivía en una pequeña cabaña y ganaba apenas lo suficiente haciendo recados para sus vecinos, recibiendo un bocado aquí, un sorbo allá, como recompensa por sus servicios. Así se las arreglaba y siempre parecía vivaz y alegre, como si no le faltara nada en el mundo. Una tarde de verano, mientras trotaba sonriente como siempre por el camino principal hacia su choza, ¿qué debía ver sin